10 abr 2011

Huesitos

Sofía viaja a la ciudad capital acompañada de su madre. Van al asilo a visitar a la abuela enferma. Ella quiere ver a su abuela pero le da miedo. Sabe que tiene cáncer y que no es un asilo. Es un hospital para enfermos de cáncer. “El mejor de la Provincia”, dice su mamá.

Su mamá es la mujer más hermosa del mundo. Todavía inventa canciones con sus poesías favoritas. Una de un castillo de papel en el que habitan fantasmas alegres, otra de una jirafa en un auto que se queda sin nafta.
Sofía y su madre dejan los bolsos en el hotel después de 3 horas de viaje. El hotel, en el que dormirán las próximas dos noches, es modesto y está ubicado en pleno centro. A Sofía no le gustan los hoteles. Le dan náuseas. Como el olor del té cuando no tiene limón. El cuarto es chiquito. Tiene un empapelado turquesa y beige,una alfombra grisácea que cubre todo el piso y, en el techo, un ventilador que gira despacio y parece que se va a caer. Dos focos empotrados hacen las veces de velador. A Sofía le interesan estos detalles, especialmente el último, porque no puede dormir si no lee. Lleva en el bolsillo de la campera una antología de Dioses Romanos y piensa que quizás, en esos días, podrá terminarlo.
Para llegar a la habitación de la abuela hay que atravesar un pasillo angosto con banquetas a los costados. Allí hay 4 camas y 3 mujeres adentro. Una de ellas es Ángela. Cuando entra Sofía, Ángela abre la boca finita para sonreír. Tiene una capacidad especial para disimular. “Ser fuerte es la sonrisa de Ángela”, piensa Sofía y le da un beso y un regalo que compraron con su madre en la Terminal de Ómnibus. Cuando entra el médico, Sofía sale sin que nadie se lo pida. Prefiere no saber algunas cosas. Entiende que cuando sea grande podrá sacarse las dudas.
En el pasillo las personas andan como pueden y se abrazan con sus familias. Sofía se sienta frente a la ventana que da a la habitación de Ángela y ve las maniobras del Doctor. “La mueve como si fuera una de las muñecas de trapo que ella cose”, piensa. Un señor le pregunta la hora. Ella le muestra las manos desnudas. Sofía odia los relojes y hablar con extraños. Entonces saca el libro del bolsillo y lee.
Esa noche, en el hotel, Sofía escribe un cuento en el que Ángela es una diosa romana. “Ángela era medio hermana de Diana. Hija de Júpiter y de una simple mortal”, escribe. “Era tan fuerte y hermosa como un hombre romano y tenía el carácter amable. Cierta mañana no pudo levantarse de su cálido reposo en el bosque. Una extraña criatura la vivía por dentro. Primero vio unos huesitos salírsele por el pecho y, enseguida, toda la cara del monstruo. Ángela quiso separarse de la bestia con su fuerza, pero no lo logró. La boca del monstruo, abierta como la de un animal, amenazaba con comerla viva. Quería decirle algo”.
Sofía se queda dormida sobre el cuaderno abierto. Podría haber soñado con el final del cuento o con los dientes viscosos de la bestia, pero un ring agudo, desde la conserjería, avisa que hay una llamada entrante. Son las 3 de la mañana. La madre corta y dice que “no es nada”, que saldrá un momento. ¿Adónde van las personas mayores cuando dicen que no es nada? Sofía está sola y clasifica las respuestas. Tiene una mancha azul en la mitad de la cara.