Creo que no me morí. Creo que los muñecos no se
mueren nunca. Yo estaba en un momento volando hacia alguna parte y en otro, no
sé cómo, nadando en una pileta de agua amarga. Los muñecos de peluche no fuimos
hechos para nadar. Tampoco para perder un ojo, aunque eso es más común. Además,
creo que olvidé mi nombre. Debe ser a causa del fuerte traumatismo que me
provocó el choque contra el agua. Un segundo seco, otro en llamas, después
mojado, más tarde tuerto. Así, los últimos instantes que he vivido. Podría
decir que tuve miedo pero no sé qué es. Tengo la sensación de que he dejado de
vivir y de que estas palabras no son más que las cosas que se dicen los muertos
a sí mismos cuando todavía el corazón les late por inercia. No. No voy a decir
que tengo corazón y estómago sintéticos. Eso sonaría muy cursi. Aunque no me
importaría ser cursi si ya estoy muerto.
Afuera hay unos tipos con trajes espaciales dando
vueltas alrededor de la pileta. Me sacan pero no me secan. Creo que estoy
adentro de una bolsa. Creo que los humanos tienen muy poca imaginación. A
propósito, ¿alguien sabe mi nombre? Debería estar anotado en alguna parte. Algo
así como: “Osito de Peluche” o “Juguete”, o simplemente “Waldo”.
Ahora cierran la bolsa y creo que nunca volveré a
estar seco. Lo único que sé es que van a salirme hongos. Creo que será mejor
tratar de descansar. “Hablaré de todo cuando recupere mi ojo”, le digo al tipo
vestido de traje ridículo, pero no me oye o se hace el boludo. “Cuando recupere
mi ojo y mi nombre”, le repito.