29 mar 2012

8. Waldo



Creo que no me morí. Creo que los muñecos no se mueren nunca. Yo estaba en un momento volando hacia alguna parte y en otro, no sé cómo, nadando en una pileta de agua amarga. Los muñecos de peluche no fuimos hechos para nadar. Tampoco para perder un ojo, aunque eso es más común. Además, creo que olvidé mi nombre. Debe ser a causa del fuerte traumatismo que me provocó el choque contra el agua. Un segundo seco, otro en llamas, después mojado, más tarde tuerto. Así, los últimos instantes que he vivido. Podría decir que tuve miedo pero no sé qué es. Tengo la sensación de que he dejado de vivir y de que estas palabras no son más que las cosas que se dicen los muertos a sí mismos cuando todavía el corazón les late por inercia. No. No voy a decir que tengo corazón y estómago sintéticos. Eso sonaría muy cursi. Aunque no me importaría ser cursi si ya estoy muerto.
Afuera hay unos tipos con trajes espaciales dando vueltas alrededor de la pileta. Me sacan pero no me secan. Creo que estoy adentro de una bolsa. Creo que los humanos tienen muy poca imaginación. A propósito, ¿alguien sabe mi nombre? Debería estar anotado en alguna parte. Algo así como: “Osito de Peluche” o “Juguete”, o simplemente “Waldo”.
Ahora cierran la bolsa y creo que nunca volveré a estar seco. Lo único que sé es que van a salirme hongos. Creo que será mejor tratar de descansar. “Hablaré de todo cuando recupere mi ojo”, le digo al tipo vestido de traje ridículo, pero no me oye o se hace el boludo. “Cuando recupere mi ojo y mi nombre”, le repito.