11 oct 2011

Ya nadie baila en los recitales


No hay una mesa servida pero
los cubiertos hacen ruido contra la porcelana azul.
Podría ser una reunión de amigos o bien
el recuerdo insistente del plato con el metal,
del metal con el plato, del plato con el metal.

Debo olvidar la idea de que ya nadie baila en los recitales, pienso mientras
mastico la comida imaginaria.

Debo dejar de pensar.

Está bien, me digo, y entonces
como. Hago de cuenta que como la comida imaginaria y
que el ruido viene de mi plato y
que interactúo con otras personas también imaginarias, sentadas
a la mesa.

Las personas sentadas a la mesa no son como las del poema de Casas, aunque
hay una embarazada y, afuera, la ropa en la soga aplaude para
el perro que mira sin ningún tipo de pasión, y que
tampoco existe.

Como. Interactúo. Trato de escuchar algo que no sean los cubiertos. Una
onda satelital emitida por un astronauta. Una conversación en
la que ninguna de las personas diga la palabra yo.

¿Por qué las ollas al final de los arco iris están todas vacías? dice, de pronto, la
hija que nunca tuve.
Ella me tironea la ropa. Busca respuestas que no puedo darle.
Después se aburre, sale al patio, tira cosas que el perro no
quiere buscar.
¿Cómo le digo a esa hija que escribir sobre arco iris en
medio de un poema es
un acto, por definición, suicida?

La hija que nunca tuve habla con las personas imaginarias de la mesa y
cuando presiente que ha perdido su atención
se pone a cantar.
Ya nadie baila en los recitales, pienso, mientras la escucho
cantar la canción del Mundial 90´, en perfecto italiano.
Cuando termina se pone a llorar.
No es consuelo lo que recibe. Son aplausos.
Las camisas colgadas en el patio imaginario
acompañan los festejos
gracias al viento.

Sería bueno que el viento traiga algo de lluvia, digo,
pero el alboroto tapa las palabras.
La hija que nunca tuve se queda dormida sobre dos sillas que
juntó para hacerse una camita.
Sólo cuando ella se duerme las personas sentadas a la mesa
callan.

Yo sigo escuchando el ruido de los cubiertos, como si fuera un tren que
no hace escalas y
pienso en los arco iris y en el sueño de la hija que nunca tuve
(las dos sillas haciendo camita)
y en los planetas
y en las personas que no bailan en los recitales y en
un poema que hable de todo eso.

Debo dejar de imaginar cosas.
Tengo que conseguirme un arco iris para cuando termine de
escribir.
Voy a suicidarme con uno de esos.