No hay una mesa servida pero
los cubiertos hacen ruido contra la
porcelana azul.
Podría ser una reunión de amigos o bien
el recuerdo insistente del plato con el
metal,
del metal con el plato, del plato con el
metal.
Debo olvidar la idea de que ya nadie
baila en los recitales, pienso mientras
mastico la comida imaginaria.
Debo dejar de pensar.
Está bien, me digo, y entonces
como. Hago de cuenta que como la comida
imaginaria y
que el ruido viene de mi plato y
que interactúo con otras personas
también imaginarias, sentadas
a la mesa.
Las personas sentadas a la mesa no son
como las del poema de Casas, aunque
hay una embarazada y, afuera, la ropa en
la soga aplaude para
el perro que mira sin ningún tipo de
pasión, y que
tampoco existe.
Como. Interactúo. Trato de escuchar algo
que no sean los cubiertos. Una
onda satelital emitida por un astronauta.
Una conversación en
la que ninguna de las personas diga la
palabra yo.
¿Por qué las ollas al final de los arco
iris están todas vacías? dice, de pronto, la
hija que nunca tuve.
Ella me tironea la ropa. Busca
respuestas que no puedo darle.
Después se aburre, sale al patio, tira
cosas que el perro no
quiere buscar.
¿Cómo le digo a esa hija que escribir
sobre arco iris en
medio de un poema es
un acto, por definición, suicida?
La hija que nunca tuve habla con las
personas imaginarias de la mesa y
cuando presiente que ha perdido su
atención
se pone a cantar.
Ya nadie baila en los recitales, pienso,
mientras la escucho
cantar la canción del Mundial 90´, en
perfecto italiano.
Cuando termina se pone a llorar.
No es consuelo lo que recibe. Son
aplausos.
Las camisas colgadas en el patio
imaginario
acompañan los festejos
gracias al viento.
Sería bueno que el viento traiga algo de
lluvia, digo,
pero el alboroto tapa las palabras.
La hija que nunca tuve se queda dormida
sobre dos sillas que
juntó para hacerse una camita.
Sólo cuando ella se duerme las personas
sentadas a la mesa
callan.
Yo sigo escuchando el ruido de los cubiertos,
como si fuera un tren que
no hace escalas y
pienso en los arco iris y en el sueño de
la hija que nunca tuve
(las dos sillas haciendo camita)
y en los planetas
y en las personas que no bailan en los
recitales y en
un poema que hable de todo eso.
Debo dejar de imaginar cosas.
Tengo que conseguirme un arco iris para
cuando termine de
escribir.
Voy a suicidarme con uno de esos.